Cuando quise suicidarme salí a comprar una soga,
y mientras más caminaba no encontraba en ningún lado a un revendón callejero.
Yo seguía caminando y pensaba por momentos;
¡Caramba! yo no soy Judas Pa\' morir como un traidor y ser juguete del viento.
Mas así en mi caminar iba observando las ramas
de los árboles más altos.
No dudaba ni un instante, las ramas preferidas
para amarrarme del cuello; me daba cuenta enseguida,
que ya estaban tan podridas que no aguantaban la soga y mucho menos mi peso.
Así pensativo anduve y vagando a paso lento,
con mi mente confundida y mi corazón latiendo,
como late el de los cerdos; cuando ven al carnicero, el cuchillo, el matadero.
A mi algo me empujaba y aumentaba mi tormento,
y acelerando mis pasos continué por largo trecho.
La indecisión que sentía me abarcaba en sentimiento,
y en mis adentros crecía, una gran melancolía
por el mundo de los muertos.
-¿\"Me guindo o no me guindo\"?- ¿\"Me suicido o me arrepiento\"?-
en fin me embargó la pena, y como loco rabioso se me apoderó un lamento.
Pero así amigos míos miren como son las cosas,
y aunque parezca mentira todo mi relato es cierto.
Al cabo de un largo rato,
Cansado, sediento, hambriento,
me senté bajo un bambú buscando a reflexionar.
Y allí yo pude observar pasando cerca de mí
a una hembra escultural,
con unas asentaderas y dos pechotes inmensos.
Y ésta fue mi reflexión,
\"Pa\' que carajo estar muerto\"
que me maten las mujeres, que así moriré contento.
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José Miguel (chemiguel) Pérez Amézquita