Solía pronunciar cada verso escondido en los cromosomas de su cuerpo,
para convertirlos en la última sonata que se escuchara en los conciertos del silencio,
descifraba jeroglíficos anclados en el puerto de la luna
y todos representaban actos de los dos, acurrucados en la noche,
mientras otra vez de noche, le regalaba un broche con una flecha escondida.
Cada una de sus letras suponían una posibilidad de iluminar mis historietas,
sobre todo cuando notaba en cada tarde, pigmentos de cielo que se escondían en sus ojos,
todo lo que amaba lo tenía ella, pues me lo dijo el viento,
cuando de casualidad se encontraban su mirada con mis profundos sentimientos.
Ya nada podía apagar la llamarada de la esperanza,
ni siquiera cuando solíamos caminar por algún frío momento,
sostenía su corazón entre su sencillez que emana por dentro y le dedicaba tantas cosas,
que nunca pude explicar, por qué convertía mi pecho, en un jardín de rosas.
Hubo remodelación del escenario para que le cantara una prosa,
y en su voz de soprano ella entonaba la canción del lago, frente al piano,
queda poco por decir, más aún por entender, además de lo que me dijo el viento,
pues un día nos perdimos de besos por el umbral de lo que siento.
Ricardo Felipe
Un soñador sin mucha estirpe