kavanarudén

Simplemente amor




Tarde tranquila de junio.

 

No hacia tanto calor, ya que la noche había sido de tormenta y había refrescado el día. No parecía una tarde de verano.

 

Cerca del lago que está al centro del parque Yagüe me dispuse a reposar. Gozar al máximo este hermoso día, del sol, de los pájaros cantar, de los pasantes con su perros, de la vida que corría delante de mis ojos.

 

Mi compañera, Lía, mi fiel, dulce, tierna amiga a cuatro patas, corría de allá para acá. Quería atrapar alguna de las palomas que se disponía a beber el agua del lago, misión simplemente imposible. Les ladraba ya que no se dejaban atrapar.

Podría estar horas y horas viéndola correr, jugar, sin ningún tipo de preocupación.

 

Extendí mi mirada y vi uno de los espectáculos más hermosos de este mundo. La expresión del amor de madre. El amor de madre hacia un ser especial, particular.

 

Sentada en el banco estaba una niña de unos 13 o 15 años.

Se debatía entre sonrisas y gemidos.

Su cuerpo delgado. Su piel blanca como la piel de un armiño, una batica celeste con dibujos infantiles. En uno de sus movimientos pude ver que llevaba pañales. Movía sus brazos sin ninguna armonía. Sus ojos se perdían en el horizonte y no tenía mirada fija. Delante de ella su madre. Le limpiaba el rostro de sus babas y de alguna lágrima perdida.

 

Tranquila mi niña – le decía – estoy aquí. Ya te doy de comer. Eres la creatura más bella de este mundo. ¡Smk! - le dio un beso sonoro en la frente -.

 

Se curvó, buscó en su bolso y extrajo una jeringa grande que tenía un tubo largo y trasparente. Dentro de la jeringa pude divisar un líquido blanco. Supuse que era leche, se disponía a alimentarla vía oral.

 

Sí, sí, ya voy mi amor – le escuché expresar con un voz dulce, muy dulcee introdujo por su boca el tubo de plástico suministrándole el alimento.

Tiernamente alimentaba a su hija. Después de alimentarla le limpió el rostro y se sentó a su lado. La abrazó y comenzó a cantar:

“Aserrín, aserrán,

los maderos de San Juan, piden pan, no les dan.

Piden queso, les dan hueso.

Piden vino, si les dan,

se marean y se van”.

 

La niña parecía sonreír. Se recostaba al lado de su madre y borbotaba.

 

Así mi niña, así se canta. A ver, ¿Cómo dice la canción? – le preguntabay comenzaba de nuevo la canción. Se podía ver la cara de felicidad de esta madre, quien reía sinceramente. Para ella no existía otro mundo que el de su niña y ella.

A su lado una silla de ruedas, con la que había transportado a su niña hasta el parque.

 

Miraba extasiado ese momento y se me rompió el alma.

Disimuladamente limpié una lágrima que me brotó espontáneamente.

Pensé en aquella mujer. Toda su vida consagrada a esa niña a quien amaba con locura. Se veía, se sentía, se podía experimentar ese amor.

 

La admiré, sí,  la admiré porque no tenía vergüenza de sacar a su hija al parque. Era su tesoro. Su ángel. Quizás su razón de ser.

¿Cuántas lágrimas habrá versado por la situación de su hija?

¿Tendrá el apoyo de su familia?

¿Quizás tuvo que optar en tener la niña o abortarla?

¿Cómo hará para mantenerla en una sociedad en la cual, los diversamente hábiles, son un peso?

Pensé en el padre de la niña, quise imaginar que estaba trabajando.

 

Los ladridos de Lía me hicieron regresar de nuevo a mi realidad. La señora al escucharla se volteó, me miró y me sonrío. Le correspondí también con una sonrisa.

 

Me levanté y me dispuse regresar a casa. La saludé y regresé.

Su figura, la figura de aquella niña, aquellos gestos de amor, de ternura, de dulzura, viven aun dentro de mi.

 

Conclusión: todo en la vida tiene su porqué. En la economía de Dios, todo tiene sentido, aunque yo no lo perciba o comparta.