Una rosa,
la vida podría compararse
a una rosa,
brota de un tallo verde
una mañana de abril,
un botón
se forma en el extremo,
rodeado de tonos verdes,
y olores fragantes
de tierra húmeda
bañada de rocío
del olor de la grama
que asciende
trayendo evocadores
vapores de óleo y clorofila
que es tan grato al husmearlo,
que nunca se sacia el olfato
de extasiarse.
A ojos cerrados
puede mirarse
toda la campiña
despertando con su saludo
cotidiano al aire transparente.
Que ligero sacude
los cabellos de una niña
que brillan con destellos de soles.
Cuántos recuerdos
vivos y llenos de matices
deben guardar los ciegos
en su memoria. Pienso,
porque ahora que escribo
con los ojos cerrados
recordando al viento
y los aromas y los colores
y los cabellos que brillan como soles,
me doy cuenta que nunca antes,
a ojos abiertos jamás
los había mirado
con detalles tan claros.
Como ahora los miro.
La vida
es como una rosa
no importando sus colores:
podría ser blanca,
púrpura o carmesí,
o una delicada flor
color de mantequilla,
que escarlata, o nácar.
La vida es una rosa
que ya bebida la sabia
del tallo separa
los pétalos como si fueran
las valvas de una ostra
que dejan escapar
su prisionera
delicada y esférica:
la perla.
La vida es esa rosa
que nuestro recuerdo,
semejante a la obrera
que acude puntual
a extraer el polen y el néctar
y el recuerdo
bebe un poco y lo digiere,
y con sus patas transporta
el polen y fecunda más allá
otro cáliz del cual,
bebe más néctar.
Así vuelve la obrera
con su rica y fértil carga
al panal de la experiencia
y deposita en él
todo el bagaje que lleva.
Y lo transforma en cera,
o en miel, según lo quiera.
La vida
es una rosa cuyos pétalos
son como las hojas de un libro
que se escribió de priesa,
o que indolente
se deshojó por el maltrato
haciendo volar en las alas
del viento las páginas del libro,
los años perdidos en el tiempo
del ocio y del descuido.
La vida es como el tallo
que se queda marchito unido
a la vara,
¿has visto cómo quedan
los estigmas marchitos del girasol
cuando se muere?
Así es la vida cuando se apaga,
primero una cáscara reseca
y quebradiza
y al final un polvillo
que vuela por el aire fresco
en la mañana de junio
que se rodea de olores fragantes
de tierra húmeda bañada del rocío
y del olor de la grama
que asciende trayendo evocadores
vapores de óleo y clorofila
que llena los ojos verdes de una niña
que mira a lontananza con los ojos fijos
en la nada mientras el sol
le resplandece en los cabellos
que le brillan con destellos
de trigo y olores de manzana.
Y que ahora miro con los ojos cerrados,
con la misma nitidez con que los ciegos
miran y recuerdan lo que han visto.