Mi Viaje (Parte I)
Una suave brisa de aurora se funde con los primeros rayos del sol, y un matiz de colores refrescantes se mezcla con olores de invierno.
Cierro mis ojos y mi alma se abre hacia el horizonte, respiro profundo y viajo placenteramente hacia el sur. Emprendo este viaje sin mochila, sin peso innecesario, solamente con un sueño.
Son las cinco de la mañana y me dispongo a viajar, kilómetro tras kilómetro, milla tras milla, veo rostros que me son indiferentes, rostros de gentes que no conozco. Risas y expresiones de enojo y vi el rostro de un niño careto que jugaba con tierra, con su mirada perdida quien sabe en donde. Allí me detuve. ¿Qué pasa por la mente de un niño? –Me pregunté- hurgué en mis recuerdos, pero nada encontré. Una sensación de impotencia me llenó en ese momento, el rostro de ese niño detuvo mi viaje y yo todavía no sabía por qué -y nunca lo supe- Levantó su carita, me miró como distante y sus ojos se acercaban cada vez más a mi interior, lo sentí muy adentro. Luego, me regaló una sonrisa y le respondí con una mueca –los adultos no sonreímos como los niños, solamente hacemos una mueca- Proseguí mi camino, con la seguridad de que el recuerdo de esa sonrisa y esa mirada me acompañaría como parte de un equipaje que no preparé, pero la ruta me iba regalando.
Son las 8:30 de la mañana y es necesario que me tome un café.
Aparqué a la orilla de la carretera. Vi una casita de madera con techo de tejas y las paredes llenas de contil. Me dispuse a entrar.
-¡Buenas señooooooooó!
-¡Qué se le ofrece doncito!
-Un cafecito de palo.
-Ya se lo preparo.
La señora inmediatamente puso agua a hervir. Magistralmente sacó de un saquito oscuro por las manchas del café, unos granos que brillaban de tan oscuros, entre café y tornasol; pero, bien tostaditos. Metió un puño de granos en una máquina de moler y comenzó su trabajo con la mano izquierda: giraba y giraba una manigueta que hacía mover el molino de esa maquinita que comenzó a triturar el puño de café. Cuando ya estaba triturado, sentí un aroma gratificante. Lo empujó con la mano derecha y lo echó dentro de una taza. El agua ya estaba en su punto. Introdujo el café molido en un saquito que colgaba de un aro; luego, colocó un recipiente debajo y comenzó a verter el agua hirviendo dentro del saquito. Poco a poco, con un chorrito, iba saliendo el agua ya color oscuro; regresó el líquido al recipiente en donde se encontraba anteriormente y repitió la misma operación dos veces más. Luego, un poco de azúcar y ¡voilà! El café estaba preparado.
Acercó la taza a mi mesa y me la llevé a la boca, mientras un humito oloroso subía a mi rostro ¡y me trajo tantos recuerdos! –Es increíble como un olor te traslada a tu infancia-
Pensaba tomarme el café a prisa, pero no pude. Me detuvo el recuerdo de mi madre dándome mi taza de café matinal antes de irme a clases y la sonrisa de la maestra cuando nos recibía para comenzar las clases.
Mi mente viajó más rápido hacia mi sur y me recordó que me esperaba “mi maestra” al final de \"Mi viaje\", así que lo emprendí nuevamente.
La Aduana de Peñas Blancas no es para nada fácil. No es cosa de presentar el pasaporte y pase usted. Cuando llegué había una interminable fila de vehículos y personas a pie. Podía leer en los rostros de la mayoría, los sueños por una vida mejor, iban emigrando a Costa Rica con el anhelo de ganar bien y enviar dinero a sus casas. La mayoría eran mujeres y hombres con aspecto de campesinos –el rostro del campesino es inconfundible- hombres y mujeres de ropas gruesas y rostros curtidos por el inclemente sol que reciben en las jornadas laborales y con una paga miserable. Allí estaban, gastando los ahorros que hicieron con mucho esfuerzo para buscar una oportunidad en Talamanca, Alfaro Ruiz, Turrialba, Zona norte y Cartago –entre otros- algunos, con conocimiento de albañilería, se van a rifar a trabajar en “la construcción” -En Managua eran maestros de obra y en San José van a trabajar como ayudantes-
¡No me importa, mientras me paguen mejor!
Es mi turno de pasar y emprendo mi camino nuevamente.
La carretera Panamericana que va a la capital tica es diferente en años luz a la de Nicaragua –mi auto siente el descanso-
Entro por la Cruz, Santa Rita, -Me llamó la atención la coincidencia de nombres con algunos lugares de Nicaragua (La Cruz de Río Grande, Santa Rita en Villa El Carmen). Sigo raudo hasta Liberia, Bagaces, Cañas, Juntas, Puntarenas, Alajuela y por fin llego a San José.
San José está custodiado por inmensos volcanes y verdes cerros que me proporcionó una vista realmente atrapante. Es una ciudad llena de colores y sus casas tienen construcciones muy diversas; tanto refinada, así como de casas y edificios con estilo europeo.
Aquí me dispongo a almorzar.
Prosigo la marcha por Cartago, Santa María, San Isidro y por fin llego a Buenos Aires. Aquí me detengo. Es imposible que pase a prisa por un lugar que se llama “Buenos Aires” el corazón me late aceleradamente solamente de pensar en su homóloga. Pienso: \"mi maestra me espera…y suspiro\"