Se marchó, el poeta de los alegóricos escenarios
de la vida,
triste,
hacia los olimpos, hacia las estrellas,
hacia la luz de adargas recias;
grecas de hados níveos le rodeaban
en el bizarro esplendor
de sus ojos subyugados en la noche...
Cubríanle al pasar parcas flores marchitadas...
Se marchó, ¡Ilusionadamente, el soñador!
en la procesión infinita de místicas luciérnagas,
gitanillas, ¡imberbes, alucinantes, extasiadoras!,
Como inescrutables prismas, ¡ah! misterios de la noche,
hechizos de los secos bosques, en las magras horas
de los sueños escondidos...
Le acompañaron,
al portal de las nirvanas,
el recitar de adioses negros...
Se fue, el cantor, vestido de nostalgia,
cuando los bufones despertando nocturnas risotadas,
iban preguntando por las masas de trigo,
por los fermentados aromas de los panes en los hornos,
que extasiaren con dulzura avinagrados paladares...
Se fue, el cantor, acariciando los rugosos rostros,
de surcos desventurados por el tiempo,
que en las páginas tristes de vetusto calendario
impregnarían las huellas, de alegrías y tristezas,
de risas y de llantos,
de éxitos y fracasos,
de amores que besarían a la gloria,
y desilusiones en la tumba reposando.
Se fue nostálgico, el cantor cual marchitada flor
en ruinas, al reverberar a las golondrinas
camufladas de alquimias,
que al azul iban besando...
Y en la tarde a las cometas con un canto al cielo,
con un mensaje al sempiterno de las manos tiernas
de los niños ¡Te amo, Dios mío eterno!
Oraciones trémulas en falaz tarde
de los vuelos negros de las golondrinas,
de los llantos tiernos de los niños,
de los labios muertos del poeta...
Y, en el sabor amargo de sus días, evocación sublime
a su alma, a sus fábulas, y a sus duendes...
Y, a sus grillos con su estridente batahola
en las negras noches, ¡oh!, rompían los silencios...
Navegante de ficción, viajero de los sueños,
de las bodas blancas,
de los obnubilados misterios,
de lo incógnito de tus lejanos mares,
de tus montañas grises,
de tus caminos de piedra,
de tus versos al viento con néctares de fresa,
de tus frescas rosas con bálsamo de gloria,
de tus panales silvestres con deleite a beso,
de los sueños blancos,
de las negras pesadillas...
Aniquilado por la soledad, hermano,
volaste entre las sombras,
como mítica plegaria, que al cenit del Supremo
te marchaste libre. Y tus tiernas lágrimas,
como matinal rocío, empapó edenes,
de magnánimas beldades...
Hoy, en el umbral de la eternidad, en la mansión de las primicias,
ríes, y lloras, cual niño recobrando la esperanza. Portan
en sus almas del redentor los clavos ¡los ángeles en coro!,
que a tus lágrimas enjugan,
que en tus ansias de vuelo hacia los eternos cielos,
en tu fatal huida del abismo,
hacia el resplandor de los eternos,
más allá de lo desconocido,
encontraste, al fin, lo que perdiste
en tu viajar intenso... la paz soñada...