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Ay, si tú lo supieras,
que el jilguero grisáceo no canta
de las tantas esperas
la tarde se levanta
cual muros de la Jerusalén Santa.
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Venid conmigo ahora,
a recoger de tus manos los cielos
que caen de tu aurora,
como ángeles en vuelos,
en un beso que desgarre tus velos.
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Desde tu fina piel
hasta tu sonrisa ninfa azarosa
encuentro un verso fiel
por donde va la prosa
en liras de tu poesía hermosa.
lV
Digamos pues ahora,
cada célula de mi ser heraldo
abatido te llora,
como sol color gualdo
que refleja sus sombras en el pardo.
V
Hagamos hoy un pacto
ahora, junto a ésta grandiosa luna
un mitológico acto,
sin más tristeza alguna,
sólo dichas brotando de tu cuna.
VI
Hay para ti una viña,
que muy labriega esconde mi morada
tu garbo la escudriña
al dar la madrugada,
¡sueño con tus cielos mi bienamada.
VII
A mi llegaste eterna,
cual bello recuerdo en mi memoria,
como siglo que inverna
un ósculo de gloria
y queda en mi sustancia como historia.
VIII
Si de tu voz cayera
los tejidos de mi carne, al humano
Por la fatua pradera,
donde el necio pagano,
ha muerto, holocaustas tu voz en vano.