…E hiciste, con la gracia de tu hechizo, que huyeran espantadas las penumbras de mi covacha.
Y se hizo la luz.
Y huyeron raudamente, en alborotada carrera, los fantasmas.
Y se esfumaron los demonios de la noche.
Y en mi jardín las flores desmayadas recobraron su vigor y su belleza.
Y el agua de mi aljibe, casi apagada por el limo que lo aprisionaba, recobró su limpidez de diamante, la libamos abundantemente y limpiamos nuestros cuerpos.
Y mis labios se humedecieron con los tuyos.
¡Gracias, amor, por haber abierto las roídas puertas de mi covacha!