María era una niña de ocho años hija de Don Gerónimo Pino, por tal razón en la escuela era conocida como María Pino.
María era una niña muy divertida. Le gustaba correr y trepar árboles, razón por la cual la mayor parte del tiempo andaba despeinada.
Sus compañeros de clases para molestarla le decían: María Pino. María Pino, cabeza de nido.
Ella se enfurecía y los perseguía, pero nunca podía alcanzarlos.
Una tarde María estaba en un hermoso jardín contemplando sus flores; de pronto sintió una pequeña ave posarse en su hombro. Al comienzo se asustó, luego comenzó a reírse y reírse, pues recordó de pronto a sus compañeros de clases y pensó que el ave se había confundido al mirar su cabeza y tal vez creyó que sus cabellos eran su nido y había llegado a ella para anidar en su cabeza.
Al llegar a su casa le comentó la experiencia vivida a su mamá.
- Mamá los niños de la escuela me dicen “cabeza de nido”
- Bueno hija, los niños siempre han molestado a las niñas en la escuela
- ¿Verdad mamá? ¿A ti como te decían?
- Ja, ja, ja, ya ni me acuerdo, pero algo de eso era
- ¿Y cómo hiciste para que no te molestaran?
- Le dije a mi abuelita que me recogiera el pelo con dos trenzas. Ella las tejía con mucho esmero y quedaban muy lindas. A mí me fascinaba cuando terminaba de tejerlas y podía lucirlas frente al espejo.
- Ah pero tu abuelita ya se fue donde Papá Dios, ¿y como haré para tener mis trenzas también?
- No temas hija, yo también aprendí a tejerlas, así que te haré tus dos hermosas trenzas y ya no tendrás tu cabello desordenado.
Y desde aquel día, ya ningún niño en la escuela le decía: María Pino, María Pino, cabeza de nido.
María se sentía feliz por eso, pero más feliz se sentía porque le fascinaba mirar en el espejo las dos trenzas que su mamá le tejía, tan hermosas como las que a ella en su ocasión les tejía su abuelita.
Otro día de tantos María volvió al pequeño jardín luciendo sus dos hermosas trenzas y de pronto sintió de nuevo a la pequeña ave posarse en su hombro. Esta vez no se asustó, se sintió feliz de ver al ave de nuevo, pero estaba un poco extrañada ya que su cabello estaba bien recogido y no había razón a que la confundiera con un nido.
Luego orgullosamente tomó una de sus trenzas y la tuvo entre sus manos. La olfateó con ternura y sintió un rico olor a frutas. Su mamá le lavaba el cabello con un champú de extractos frutales. Ja, ja, ja comenzó a reírse de pronto, pues había descubierto la verdadera razón por la cual el pajarito se había acercado a ella, con seguridad era ese fresco olor a frutas y no el aspecto del nido que ella imaginaba.
Aquella tarde se había equivocado, pero estaba feliz de haberlo hecho, pues su equivocación había servido para conversar con su mamá y dar un cambio a su forma de arreglar el cabello a través de sus trenzas, las cuales la mantuvieron feliz por todos los años de su infancia.
--------------------
Autor: Alejandro J. Díaz Valero
Derechos de Propiedad Reservados Bajo
el Número 0614-1214
Maracaibo, Venezuela