Estás ahí. Ahí... del otro lado,
siempre del otro lado.
Como un espejismo inalcanzable.
Como el oasis en el desierto.
Como el horizonte.
Parezco avanzar, a veces.
A tientas voy por el mundo
recorriendo con mis pasos
las huellas que dejaste.
Persigo utopías.
Anhelando siempre reencontrarme
con el hueco de tus brazos,
para acurrucarme y perderme.
Para estirarme y encontrarte.
Para encontrarme y reconocerme.
Para mirarme en el espejo de tus ojos
y sumergirme en el pozo de tus labios.
Estás ahí... tan cerca y a la vez tan lejos.
Tan solo y tan acompañado.
Tan libre y sin embargo tan esclavo.
Tan tuyo y tan ajeno.
Con esa mueca de tristeza
que dibuja un hoyito en tu mentón.
Que ensombrece más aún tus ojos negros.
Negros como esta noche en que te pienso.
Como esta noche en que te siento
al alcance de mis palabras
pero nunca de mis besos.
¿Te acordarás, a veces,
de todos los momentos
en que volamos fuera de este mundo?
No era tu cuerpo. No era tu alma.
No era mi cuerpo. No era mi alma.
Eran nuestros cuerpos y eran nuestras almas
naciendo y muriendo
en un instante breve y a la vez eterno.
Y ahora estás ahí. Mirando en silencio.
Con tus pies clavados al suelo.
Con tus brazos a los costados del cuerpo.
Pensando en otras cosas y en otras personas.
Persiguiendo algún que otro sueño.
Y yo sigo aquí... del otro lado,
esperando que cruces esa línea invisible.
Entre tú y yo hoy hay un abismo.
Yo construyo cercas para no caerme...
Pero si tú quieres... sólo si tu quieres...
podríamos ambos construir un puente.