En cualquier lugar de la noche, él ama a una mujer,
y pronto llega la mañana y besa a otra sin comprender;
no importa cómo, ni dónde, él ama a las dos,
por eso quizá sea un castigo cuando les dice adiós.
Y un verano es un invierno cuando no está con una,
o tal vez está con una sin estar con ninguna.
Y es un pobre loco que comete el pecado,
de amar a dos mujeres como un desesperado.
Es natural que al dormir con una no cierre un ojo,
porque estará pensando en la otra con su vestido rojo…
Y ese sueño permanente de un amor prohibido,
es un pequeño delito que él ha cometido.
Tal vez por eso su amor es como una enredadera,
que crece a escondidas aunque nadie la viera,
o quizás su amor es parecido a un pozo vacío,
que espera impaciente las aguas de un río.
Y cada noche que pasa es un cruel infierno,
pues él le jura a ambas un amor eterno.
Y a una le promete una estrella como fiel amante,
a la otra una rosa dorada y un bello diamante.
Acaso algún día en su jardín florecerá una rosa,
al regar una de ellas… la que sea su esposa,
pero bien sabe que nunca podrá cerrar una puerta,
aunque intente cien veces, se mantiene abierta.
Y puede ser cierto que un otoño cualquiera,
cuando caigan las hojas, él no sepa quién era,
la que le tomo de la mano tan suavemente,
o le dijo ¡te amo! al pasar por un puente.
Y puede ser que un día le diga a las dos,
que no fue su intención, sino culpa de Dios…
Y que su amor era único como una locura,
no un simple capricho ni una aventura.
Las Mercedes, 26 de julio 2011