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Me acuerdo de aquel día
En que nos conocimos
Debajo del árbol de aceituno,
Fue el día más feliz
Y alegre de mi vida
Porque mis ojos
Se llenaron de lágrimas
Al oír tu voz.
Me dijiste: ¿Qué haces ahí?
Yo te dije: Me gusta contemplar el cielo
Y las aves que pasan.
Tú sonreíste y te sentaste a mi lado.
Sólo Tú has podido ilusionar mi vida,
Ha querer caminar por tus sendas;
Por tus sendas quiero caminar
Y anhelo el viento que recorre
A través de tus dedos.
Me siento cada día debajo del árbol
De manzano,
Veo pasar la agitada señora hora,
Contemplo como sus hijos van detrás
De ella;
Pobre señora que no sabe que en Ti
Está el eterno presente y el amor.
Divago por las olas de tus fragancias;
Late mi corazón en el casco viejo
De mis sueños,
Giro la perrilla de la dulce noche
Y te espero en el dintel de la esperanza;
Sólo oigo el correr de los canes
Que rehuyen al señor sueño
Y veo en sus ojos el pasar de mi vida.
No vayas lejos,
No te tardes mucho,
No quiero que cuando lleguen las canas
Y mi faz haya cambiado, regreses.
Me acuerdo cuando el encino me brindó
Su savia,
La cual me revitalizó
Y me hizo caminar hasta llegar
A la cueva o al escondrijo
Que habías preparado,
Para que viviera eternamente.
Solitario pase allí,
Salí en la tarde
Y el ocaso me aplaudía,
En la noche fría
El dulce rocío
De las vanidades
Querían enloquecer
Mis potencias tan ocultas.
Me senté con mi lámpara
Y lloré de contemplar
Con nostalgia todo el tiempo
Que he pasado momentos
Hermosos contigo;
Pobre de mí
Como te espero
Con ansías
Y cuanto tardas
En venir.
Vienes en la tarde fría,
Vienes en la noche calurosa
Y en la mañana me traes el alimento
Sustentador de la vida.
La vida sin ti es triste,
Sólo el amor y la ternura
Encienden el corazón
Lleno de esperanza
Y le ayudan a mantener
La vida encendida y no apagada.