Raúl Daniel

Tarde


Tarde

 

Te recuerdo aún en tu inocente imagen

de pueblerina niña feliz,

asomando entre brincos y sonrisas

a una aparente existencia sin fin.

 

Tus trenzas, en el aire, en mi mente, balancean

haciendo vibrar al sol

y cual badajos que fueran lo golpean

en prismático trabajo,

destellando dorados rayos de luz y color.

 

De repente eclosionó tu cuerpo en varias partes,

y no lo pudiste contener,

pasaste de niña a mujer,

como ineludible resultado

del mandato divino de crecer...

 

Solías ser un poco caprichosa,

y muchas veces doblegaste la orden paterna,

ante tus miradas tiernas...

mohines que hacías...

ruegos sutiles... y tu cara hermosa.

 

Quisiste hacer tu propia vida,

y corriste sin pensar muy bien,

qué cosas eran las que hacías...

fuiste audaz, más que atrevida,

rompiste todas las barreras,

no te detuvieron leyes ni fronteras,

(¡te creías muy divertida!)

 

Te quedó chico tu pueblo y no pensaste en nadie,

cuando a la gran ciudad te marchaste un día...

 

¡Oh, cómo lo gozaste todo!...

a tu modo y como más te placía;

los amigos fueron tus dioses ideales,

la noche tu fiesta, tu religión que hacías,

y el placer, tu premio que insaciablemente recogías,

¡atesorando en tu cuerpo sus señales!

 

Hoy te detienes a reflexionar,

no puedes pensar y muy aturdida

te preguntas, ¿cómo fue o con quién...?

y no hallas las respuestas... ¿quién podría?,

mientras tiembla en tu mano el papel

que declara positivo el estudio que te hicieron

sobre Inmunodeficiencia Adquirida.

 

¡Ahora recuerdas que alguien te lo previno una vez!,

fue el hermano de una amiga,

el tonto aquel que en su morena tez

tanta tranquilidad tenía...

 

Se actualizan de pronto en tu memoria

sus palabras, y el énfasis que puso

cuando criticó tu vida

y la forma procaz de divertirte...

¡Qué distinta sería hoy tu historia!

si en vez del desdén y luego irte,

hubieras hecho caso a ese iluso,

cuando en la ¡tan infructuosa porfía!,

Te dijo que Dios, así... ¡no lo quería!