La tarde termina y el reloj se agota,
el averno susurra su impronta de agosto,
las bandadas se diseminan y se juntan de nuevo,
la ternura es esbozo en colecciones de cromos,
es tórrido el verano cerca de tus gestos
e inacabable el pergamino que nunca sostienes.
Me arde la garganta y me siento desfallecer,
tras la escultura del sol apareces danzando,
se escuchan las voces de tu monasterio,
languidecen las fiebres del tiempo tenaz
y se hunden la fuerzas de un día de sol.
Me escapo en tus curvas de talle grotesco
y en la silueta perfecta de una nueva flor.