El tren pasaba por la estación
y se le iban cayendo unas maletas
y algunos zapatos de tacón
cayeron mostrando sus lengüetas.
Esas lengüetas de los zapatos
se iban golpeando con los rieles
y en ese momento poco grato
se dañaban sus tacones y sus pieles.
Esos zapatos que el tren dejaba
de algún descuidado pasajero,
al llegar a su casa no tendrá nada
de trenzas, lengüetas ni del cuero.
Y si el viajero vuelve por alguna razón
a la estación a buscar sus zapatos
tal vez sufra una decepción
al verlos vueltos unos guiñapos.
Creo lo que mejor para el señor,
hablando en modo sensato,
es que compre zapatos en otra estación,
y tal vez le salga más barato.
Autor: Alejandro J. Díaz Valero
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Maracaibo, Venezuela.