El viejo caserón
de paredes vencidas
protege entre sus muros
un antiguo jardín.
En un rincón oscuro,
el estanque sin peces
cubierto de nenúfares
parece no existir.
Setos desdibujados
por la mano del tiempo
rodean un laberinto
de tupido follaje.
El jazmín y la hiedra,
crecen desordenados
cubriendo sin reservas
a una prieta pared.
Por la noche los grillos
dan clases de violín
y un siniestro vampiro
delgado y desnutrido,
muestra sus largas uñas
y sus pálidos dedos.
Cuando la luz de luna
se filtra en blanca línea
sobre el suelo cubierto
de maleza y arbustos,
insectos luminosos
bailan su extraña danza.
Los senderos perdidos
tras las hojas caídas
no reflejan la sombra
del errante vampiro,
que ronda por las noches
hambriento y consumido
el aljibe oxidado
del viejo caserón,
buscando el níveo cuello
de antiguas moradoras
y solamente encuentra
crisálidas dormidas.
Ana María Broglio