Salmo de alabanza por la oración (octonarios)
Hoy, yo, deseo alabarte, mi Dios, Señor y mi Rey
por el don, tal vez, más grande, que es el don de la oración,
que nos repartiste a todos, y sin discriminación,
para que lo use quien te ame y te tenga devoción.
Tú permites la oración por el amor que nos tienes,
en ella Tú vas y vienes, ¡nos das comunicación!
Nos prometiste al dejarnos enviar un Consolador,
dijiste que aún mejor sería a que Tú estuvieses,
no solo una, ¡varias veces lo repetiste, Señor!
Ese Espíritu de amor, que de pecado convence,
nos enseña la verdad, y que a toda maldad vence,
que nos llena de esperanza, gozo, paz, benignidad,
paciencia con los demás y también con uno mismo,
estableciendo un abismo separando el bien del mal;
pero colocando un puente, que es ¡el Señor Jesucristo!,
para que pase, del hombre, ¡todo el que quiera pasar!
La oración es como un barco, el Espíritu es el mar,
en el que navega al cielo el alma que en Dios confía,
¡para con Él conversar! Jacob fue, tal vez, primero
en trabar lucha contigo y conseguirte vencer,
para obtener bendiciones; y lo llamaste Israel,
declarándote su amigo; lo mismo que haces conmigo,
cuando con ferviente fe, en mi cuarto me arrodillo,
y te pido que me guardes, que conmigo, siempre, estés.
Cuando, con justicia, Tú ibas a exterminar a tu pueblo,
no los destruiste, más, tu ira ¡muy pronto se apaciguó!,
y para conseguir eso, ¿cómo hizo Moisés?: ¡Oró!
Al orar le diste a Elías fuego, que lo defendió
del que su vida quería: ¡La oración lo protegió!
Orar nos da fortaleza, aunque estemos derrotados,
pues, sintiendo a Dios al lado: ¡quién no levanta cabeza!,
Él nos adereza mesa frente de nuestro enemigo;
nos unge de aceite y llena ¡de amor, de pan y de vino!
La oración es el alivio para penas y dolores,
decepciones, desamores, y se avivan los colores
de la vida que vivimos; cuando a Cristo recibimos,
traspasando el santo velo, nos entrega su perdón,
¡también nos da la oración, para remedio y consuelo!
Su palabra es muy sagrada, y más para el que la entiende,
por ella a todos nos habla, nos enseña y reconviene,
pero cuando le hablo orando: yo le llamo ¡y Él me atiende!
Orar es lo que más quiero hacer de todo lo que hago,
pues todo lo que más puedo estoy con Él, y es orando
cuando más me acerco a Él, ¡cuando más lo toco y veo!
Orando a Él, muchas veces concedió mis peticiones,
hizo milagros por cientos y por siempre me bendijo;
una vez me dio un hijo que le pedí en oración,
y otra, de la misma muerte, ¡a este mismo hijo salvó!
¿Cómo poder explicar lo que esto nos significa?,
¿será que somos conscientes de qué cosa es este don?;
si quiero hablar con un jefe o tal vez un presidente,
deberé esperar audiencia, ¡si es que me dan la ocasión!
Aquí se trata de hablar nada menos que con Dios,
¡Rey es de todos los reyes!, ¡Señor de todos, Señor!,
pero, cuando oro, Él me atiende, con concentrada atención,
¿Podrá alguno superar esta comunicación...?
Bendito este don divino que tenemos: ¡La oración!