Hasta un crucifijo
de olvidada ermita
bálsamo exquisito
atrájome un día.
Por entre las rejas
pasaban fragancias
de frescas ofrendas:
tus manos y plantas.
Sobre el blanco altar,
dentro de tus llagas,
me abriste de par en par
dalias de esperanza.
Y dije entre lágrimas,
hacia ti clamando:
«¡Oh si me otorgaras
besar tu costado!»
Y tú en mi pecho
pusiste azaleas,
que aromas de beso
siempre en él desprendan.