Siento al mundo ya cansado de pisar
sobre sus propios hombros,
cuando la víspera
del eterno adiós se nos pasea
por el insociable rostro,
que al azar, decide siempre maldecir.
Todo porque el ruido del cañón
que persigue al infortunado,
se ha vuelto himno de la noche
derramando su rojizo ocaso,
sobre la inhóspita tierra que los vio sufrir.
Pobre de los ahora polvo,
que de la bandera blanca,
por mal ondeada, jamás llegó a su guerra.
Mas la izada mancha de la muerte
sigue siempre estando allí.
Y la rama del olivo
que una vez fue heraldo de esperanza,
el odio y el discrimen la arrancó de raíz.
¡Oh blanca paloma!,
tú nunca has podido abrir las alas.
La tierra del caos
nunca te ha dejado a ti partir.
Sólo se te ha visto cantando
cuando piedad te llora,
mas una vez el corazón seco,
muda para ellos vuelves a convenir.
Para las grandes naciones
sólo eres mercadería de debilidades.
Y quien se diga a él y a otros
que ya nada es como antes,
es por las armas de antaño
ser el denuesto, puño o “pescozá”.
Hogaño el hipotético hombre
se entiende con el atronador balazo;
y estrechar la mano
es para la ceporra “puñalá”.
Un endiosado gremio de necia barbarie
por guerras y creencias,
monopolizada justicia
decidiendo a quién en la truculencia
dejará perdurar.
¿Mas cómo lograr en este mundo
armonía y sosiego?,
cuando el hombre desde sus comienzos
siempre ha preferido hacer el mal.
¿Cómo lograr en este mundo
la unión por mutuo acuerdo?,
¡si hasta la paz para vivir,
debe igual contra todos enfrentarse y luchar!