La sombra cálida de la noche me cubre con su manto oscuro.
Me siento protegido. Me siento como un niño indefenso, pero seguro de cualquier peligro.
Me abrazo yo mismo, acurrucado en mi cama. Esa cama, testigo silente, de mis noches de amor solitario, de sueños prohibidos, se pesadillas aterrantes, de serenas y dulces fantasías.
Mi cabeza reposa en la almohada, mi fiel almohada que ha recogido mis lágrimas sean de tristeza, nostalgia, abandono. Ha recibido el sudor de mi frente en las noches de verano y ahogado, en algunas ocasiones, el grito profundo de mi ser.
La luz de la luna, tímidamente se cuela por mi ventana. Solo veo su resplandor sereno.
Tiene la noche un sonido dulce, imperceptible, solo interrumpido por cualquier canto de ave o animal nocturno, algún que otro avión que surca los cielos, los grillos lejanos….
Miro fijamente el techo, como si buscase un mensaje secreto escrito entre el cemento. Quisiera que los sueños me llevasen lejano. Tomaran mi mano guiándome a un lugar de ilusiones.
Acaricio suavemente en mi mente diferentes pensamientos: mis padres lejanos, mis amores pasados, mi situación existencial, el porvenir, mis próximas vacaciones, los días que pasaré al lado de mi gran y único amor.
En esta mi gran soledad,
en este encuentro íntimo,
a hablarte yo me animo,
Dios, Señor, pura Verdad.
Heme aquí ante ti rendido,
no te pido méritos, señales,
ni regalos, terrenos, triviales.
Protege mi amor tan querido.