Raúl Daniel

“No puedes tenerlo” le dijeron...


“No puedes tenerlo” le dijeron...[1]

 

“No puedes tenerlo” le dijeron su abuela y su tía, no puedes tenerlo, ¡Gladys!,

mas, ella llorando insistía, “Pero, si es lo único que tengo mío, ¡qué me ha dado la vida!”,

y lo que pasaba por su mente es que si lo hacía (abortarlo), moriría...

Sus años de escuela en el monasterio le dieron convicciones y principios, una guía...

 

“¡Sólo eres una mocosa![2], ¿y te crees que puedes andar por ahí como si fueras una mujer?”

las razones de su madre, su cerebro repetía una y otra vez, mientras buscaba unas monedas,

pensaba hacer otra cosa, y, con lágrimas calientes recorría las tres cuadras que debía,

para alcanzar la esquina donde se hallaban las vías del tranvía...

 

Era el año en que la guerra europea terminaba, pero ella estaba en Argentina...

 

Si conseguía llegar al centro de la ciudad, podría encontrarse con él, aunque no sabía

si le aceptaría su idea alocada de escapar, de esconderse para amarse igual,

aunque el mundo no quisiera, aunque nadie comprendiera y ¡le prometieran un infierno!

 

Una hora después estuvo en sus brazos, y le dijo las últimas noticias del bebé,

de las amenazas de sus mayores, y de las propuestas criminales que le hacían...

Alquilaron una pieza (que era una guardilla) de un mal llamado hotel...

y pasaban las semanas, pero ella no salía, pues sabía que la buscaba la policía...

 

¿Dónde habrá encontrado el ánimo, para ser valiente esta niña-mujer, y así proceder?...

¿Cómo razonado, para ¡tan firmemente! proteger la insipiente vida, gestada, escondida,

bendita y oculta en lo más recóndito, dentro de su ser?...

 

El ocaso era el único momento de belleza en esa alejada pieza, pequeña y fría,

porque el sol se filtraba por la ventana, dibujando arabescos la cortina,

en la pared amarillenta que sostenía un calendario viejo,

con la imagen del niño Jesús en los brazos de la virgen María...

 

Con el tiempo se asfixiaba en ese lugar y quería salir a caminar...

lo hicieron varias veces, por las tardecitas santafecinas, pasearon su romance a escondidas;

se fueron animando paulatinamente más, y, un día

se arriesgó a ir al mercado escabulléndose entre la gente...

 

La reconocieron, la detuvieron y la encerraron en un calabozo ¡como a una delincuente!,

pasó así unos días, con su panza, insipiente grito de vida ¡que no quiere ser interrumpida!,

una tarde, no sabe por qué fue, si porque protestaba por la falta de higiene de la celda,

una de las carceleras, con una manguera ¡la empapó de la cabeza a los pies!,

la mojó tanto que la ahogaba con el agua y desesperaba por el frío y la tristeza...

 

El novio tenía un amigo abogado, y, aunque él era solamente un pobre mozo de bar,

la pudo sacar y arreglaron con los padres (intermedió la abuela),

para su libertad, libertad que invirtió en la “dulce espera”...

después que nació el varoncito (que es lo que era), les permitieron que se volvieran a juntar,

y, unos meses después se casaron (contra viento y marea).

 

A esa mujer de la que estoy hablando, (Gladys), yo la llamé mamá,

y a su novio, el pobre mozo de bar al que nadie quería,

(pero que con el tiempo progresó), le decía papá...

Sí, ésta es mi historia, que casi no me dejan contar... (la crea quien la crea)...

Sí, yo soy ese bebé que nació en Santa Fe, cuando ya hacía unos pocos meses

¡que había terminado la guerra...! 

 


[1] El 22 de enero de 1946, nací, entre otras cosas, gracias a la férrea voluntad de mis padres que no quisieron jamás desprenderse de mí, cuando tomaron esa decisión mi padre ya era un hombre, aunque joven, con sus veintisiete años... pero mi mamá solo tenía quince...

[2] Niña, nena. (Arg.)