Esperaba su llamada, ya había pasado una semana sin saber nada de él, era tan raro que después de tantas palabras lindas y de todo lo que pasó, él no había vuelto por ella.
Recordaba el día aquel, en que se conocieron, se habían encontrado sus miradas, y una emoción inmensa la inundó. La invitó a bailar y en pleno baile y al vaivén de los cuerpos, él le dijo que era muy linda y que le gustaba; ella temblando de emoción y con palabras entrecortadas le dijo que nunca le habían dicho aquello.
Empezaron las citas a hurtadillas, los besos ilusionados, las caricias excitantes.
Su madre no sabía nada, se la pasaba todo el día en su trabajo, porque era madre soltera, por tres ocasiones, razón por la cual ella cuidaba de sus hermanitos en la mañana y por la tarde iba al colegio.
Pero después de conocer a Fernando, empezaron las huídas de clases, las bajas notas. Su madre no sabía nada. Una tarde, a orillas del malecón, mientras contemplaban cómo subía la marea, él apretándola en sus brazos le dijo que la necesitaba, que deseaba hacerla suya y entregarse a ella. Carmen se negó, tenía miedo, era una chica sin experiencia, él suplicándole le dijo que le demostrara cuánto lo amaba. Ella accedió y se dirigieron a uno de esos motelitos de la peor calaña, con olor a mugre y a lujuria. Fue entonces que la niña se hizo mujer, con apenas quince años.
Así pasaron dos meses, ya en el colegio empezaron a notar su cambio, y las notificaciones para que lleve a su representante nunca llegaron a su destino.
Ahora, ya se le había retrasado la menstruación por un mes y estaba asustada. Se lo comunicó a él, y con un cinismo despiadado le dijo: \" Tenías que cuidarte, ese niño no debe nacer, soy muy joven, no tengo trabajo... Arréglatelas como puedas, hay muchas maneras de evitarlo\", y desapareció...
Pasaron dos meses más y nada, nunca más apareció aquel muchacho irresponsable y ella lloraba por él y por el problema que se le venía encima. Empezaron las náuseas y los mareos. Su madre pensaba que estaba enferma y quería llevarla al médico. Ella se negó diciendo que ya se le pasaría, que estaba cansada por los estudios...
Cuando, ya estaba llegando al cuarto mes, y con la desperación que sentía, optó por aceptar la \"sugerencia\" de su mejor \"amiga\", que según ella lo había experimentado, visitar a una mujer experta en la \" solución de estos asuntos \", le dio la dirección, pero advirtiéndole que lo haga con las reservas del caso, porque su actividad era clandestina.
Fue una tarde, dejando a sus hermanitos, como siempre, encargados con la vecina hasta que llegue su madre. Aquella dirección estaba muy apartada por los barrios suburbanos de Guayaquil, cerca del estero salado.
El bus que la llevó hasta allá la dejó a cinco cuadras de la dirección que tenía apuntada; las calles eran de cascajo (piedra), pero al fondo se veía el estero, con la marea alta y por eso, aunque el sol era fuerte, corría una fresca brisa. Cuando faltaba una cuadra, un niñito, descalzo sin camisa y barrigón se le cruzó en el camino. Lo observó y le dio mucha ternura, pensó en sus hermanitos y un deseo de protegerlo le nació en su corazón y sus ojos se le inundaron de lágrimas. Llegó al sitio, apuntado en el papel, tocó la puerta, nadie salía y llamó: ¡ a ver!. Después de unos instantes salió una mujer despeinada y con mirada siniestra que le dijo: \"Pasa\" y la condujo por un largo corredor oscuro a un cuarto oscuro también con piso de tierra, en el que había una cama con sábanas sucias, con olor a mugre, con aire de muerte. \"Acuéstate- le dijo- y espera que ya vengo\".
Ella obedeció, pero sentía latir su corazón y su vientre, agitadamente. Cerró los ojos, pensó en su madre, en sus hermanitos, en su novio, y de sus ojos no paraban de brotar lágrimas. De pronto la imagen del niño de la calle descalzo y descuidado, le asaltó. Esa ternurita abandonada, esas manitos sucias jugando con tierra..... Y una voz en su interior le gritó: ¡ NO, NO, NO... no lo hagas, tú eres vida y como mujer generas vida, así te hizo Dios! Se levantó, salió corriendo, dejando atrás los reclamos de la mujer del \"trabajito\", sintió la necesidad de ver a su madre y pedirle perdón.
Llegó corriendo a su casa, su madre estaba esperándola en la ventana, le abrazó y le dijo: \"¡ Perdóname, perdóname mamá!\" Ella, su madre, le dijo: \"¿Qué pasa hija, por qué tengo que perdonarte?\" Carmen no podía decir más y solo se cogió el vientre. La madre entendió y fue para ella como un balde de agua fría...su niña, su pequeña... Pensó en los largos días que la dejó sola cuidando de sus hermanos, las horas que no pudo dialogar con ella, de preguntarle si tenía o no un noviecito...¿qué sabía de su hija?...¡Nada!...¿Cuándo le advirtió de este tipo de problemas?...¡Nunca!...El trabajo, siempre el trabajo que le devolvía al hogar cansada, pensando en las tareas de la casa, y en la mañanita, volverse al trabajo. Como una rueda, girando y girando entre el trabajo y la casa. Madre y padre...¡Qué va! Ni madre ni padre, solo obligaciones, solo pobreza y más pobreza.
Trabajar para llevar el sustento, y el fin de semana, frente a la tina de lavar la ropa de toda la semana...¡La rueda del trabajo! A veces muy rara vez, salir con sus hijos. Tal vez, una vez al año. Y Carmen, ya era una mujer, y ni siquiera se dio cuenta de ello. Hoy, su hija, la necesitaba más que nunca.
Después de un largo rato de impavidez, se acercó a Carmen y le dijo llorando: \"¿Perdonarte yo? ¡No!, perdóname tú, por haberte abandonado,por no verte crecer, por perderme de tus primeras ilusiones de amor, por no haberte advertido.
Y gracias por no permitir que te lo sacaran, así veo que sí sembré en ti buenos sentimientos, ese niño, será nuestro niño, lo cuidaremos con el amor que merece y necesita. Si lo hubieras perdido, no me lo hubiese yo, perdonado.
Vamos, hija mía, ven a mi regazo como cuando eras pequeñita...
Madre e hija se abrazaron llorando las dos...
En este momento miles de niñas, en el mundo, están buscando una \"solución a sus problemas\" en el aborto, y eso por ruptura con los adultos, su falta de comunicación, y ven en los malos consejos la mejor opción. Por temor a sus padres, a la sociedad que las señala.
Es nuestro deber, como adultos comprometidos con la vida, desde nuestro ángulo y espacios, crear nexos entre los jóvenes y los adultos, abrir al diálogo, reconciliar a la inexperiencia rebelde con la madurez, es nuestro deber educar, abrir caminos, sembrar consciencia.