Tengo heridas las manos de soñar imposibles,
en mis brazos
hay señales de zarzas que retoñan y arañazos
de vigilias silvestres,
grabé en todos los días del otoño tu nombre
y me quedé esperando
como un nidal del trópico que incubara tus risas.
Yo no sé si el verano se ha instalado en tus ojos como un templo en la lluvia
y con el sol
se han dormido las grullas con los picos abiertos,
yo no sé
si esperar al retorno de los magos antiguos
o aguardar apostado como noche de añil a que terminen
de mamar los lagartos.
¿Qué nos pasó a nosotros que nos quedamos siempre
junto a las uvas agrias del estío,
de qué barro
modelaron mis muslos y tu vientre que no entienden
de tambores nupciales?
Me he pegado a tu piel y se han salido de cauce los arroyos,
esos mismos arroyos que afloraban
de ciudades atónitas y urdían
contrabando de pájaros,
ahora tengo
tristeza de extranjero al que le mienten
otras formas de Dios, nuevas palabras
que no encuentran su ambiente ni conocen
el alcance preciso de mi sed.