En estos momentos me considero el peor ciego del mundo,
sólo enamorado de la \"Ciega grande\".
Sí, exacto, esa por cual apuesto hasta el alma en cada verso, cada detalle, cada suspiro,
exacto ella, para quien soy invisible;
ella no quiere verme, y yo no quiero ver la situación.
Nunca lo consideré tan grabe.
Y me hallo en ese momento de oscuridad intensa, penumbra que licia hasta los ojos mas perfectos, incapaces de subsistir en un entorno vacío.
Y mi ceguera ilumina, de pronto mis pensamientos se hacen claros,
enaltecen mis penas, ¡tan alto, pero tan alto!, que casi son imperceptibles, más están ahí.
Ahí, soberbias, jugando el juego que dios juega, en su rol todopoderoso.
A su merced me encuentro, del dios del infortunio, de la decisiones equivocadas, del farol tentando al destino.
De la suerte probada, de verdaderamente saber hasta donde se es capaz de llegar, encontrar el techo del cielo, junto al fondo del abismo, en la ruleta de la vida.
De haber querido la vida, jugar con migo; lo hubiera hecho desde el principio,
porque para borrarme llegó demasiado tarde, y yo...
yo ya no estaba.
Además ese privilegio, cuya deuda fue saldada, no le corresponde.
No tiene más que cobrarme: la calculadora.
La calculadora de los besos negados,
de los sueños arrebatados y las esperanzas vivas.
Calculadora que de hecho, perdí, entre besos... los que si probé y encima soy experto,
los besos de la señorita desengaño, que huelen a fracaso y licor.
Calculadora de los besos pendientes,
que refleja la desazón del corazón arrebatado,
deliberadamente expuesto y perdido.
Apostado con rencor, odio y furia ¡pusilánime!, más, lo que queda de orgullo,
en un juego tan hermoso, que ni siquiera hay que ganar.
Como el corazón de una rosa.
¡Quédate con esa maquina horrible y fraudulenta!.
Pero devuélveme el corazón...