Vino a mí, la muerte,
desnuda y sin prisas
se adueñó de mi tarde.
No bastaron sus heraldos
en la parodia del tiempo
para borrar mis unicornios urgentes…
Tan solo fui, por fin,
mi propia imagen en el espejo.
Hicieron mutis las seis menos cuarto
y los ojos lindos del universo
cerraron para mí sus párpados
inclementes
y vinieron estas putas ganas de hacerlo todo de nuevo
de no escribir epitafios
de extirparle un tumor al horizonte lejano
de contarle a ese último sol colgado del limonero
sobre unos ojos hermosos
sobre un país extraviado
de contar una por una las auroras que me quedan
y de charlar con el viento
y de abrazar las ideas.
¡Y cantar!
¡Y bailar ese tango de rubores postergados!
Pero no,
el vértigo aplastó la Utopía
Inerme ante la conciencia.
Fue urgente ser uno más en este concierto de zombis
un número rojo
en el azul profundo
de mis remolinos fantásticos
una sombra desvanecida en estas seis menos cuarto.
Y sin embargo, generosa
la muerte me despejó el horizonte
y me ató
al último resquicio que me queda
este día
esta pluma
estos amigos
y el temblor comunicante
de mis dedos mensajeros
reforzando la burbuja…
hasta su nueva visita.