En la ciudad prohibida, hay trabajo en una habitación,
cada noche un infierno de amores que no valen nada.
Ella dijo “me llamo Ana” y el corazón
se perdió en esa falsa mirada.
Yo buscaba que una mentira sea de verdad,
y ella solo una noche más de dinero,
y le expandió una epidemia a mi soledad
para curar las heridas primero.
Y dos tequilas después el amor era un beso,
y tres besos más tarde me arruino con su falda
y un escote borracho de donde nadie salía ileso
con las malas compañías que traía una espalda.
Tanto fue lo que sus manos hicieron conmigo,
que la quise esa noche más que a cualquiera
y por instantes ella fue más que un castigo
pues el corazón se acordaba quien era.
Le dije “no me olvides” aunque sea tu trabajo,
miénteme si quieres con una sonrisa de disfraz,
bendito el infierno que te espera abajo,
contigo no existen las declaraciones de paz.
Y, aunque mañana crea en el amor eterno,
y descubra que en el cuerpo existe un alma,
lo cierto es que nunca habrá mejor gobierno,
que el de sus caricias al borde de una cama.
Porque no hay catorce de febrero,
ni principio de bodas en vasos de ginebra,
lástima que nunca me dijo te quiero,
pero si dejó a un hombre en quiebra.
Mi crimen fue intentarla cambiar,
y a mitad del camino preferí morir….
Ella era de esas que no aprenden a amar.
Las Mercedes 30 de Agosto 2012