Temo tantas veces a diario no poder, en la vigilia,
oírte y rozar tu mano. Temo extrañarte hasta el infinito
de la muerte y ser, a causa de no verte, sombra, vaho,
follaje y nada. Temo a la locura de la que huyo
asido a la rutina. En fin temo a tu olvido y a tu lejanía
que quizás sea incurable; y sobre todo temo a morir
tan lejos de ese beso que me dio a un tiempo
la vida y la muerte y otro nombre.