Voy a mitad de un viaje que llevaba tiempo sin hacer. Dedicarme a sentir, a mascullar ideas, a escribir en primera persona y vagar perdiendo intencionalmente la brújula, por momentos. Dejándome abrasar por demonios como el amor, la nostalgia, el miedo, la nobleza.
Quizás la reflexión más importante que me sobreviene en esta etapa es que la fe existe, bajo formas inesperadas. Fe en otro ser humano. Fe en un mejor amanecer. Fe en la vida. Fe en que finalmente uno puede volver a creer, si se deja llevar por la pasión, el cariño o simplemente el entusiasmo de otra persona.
Fe en que se puede ser ingenuamente (estúpidamente) feliz. Y comprobar sin querer que, por largos instantes de breve eternidad, efectivamente sucede. Somos más frecuentemente felices que lo que usualmente estamos dispuestos a admitir o identificar. El dolor nos pone alertas, pero la felicidad nos adormece en el confort, y no la extrañamos hasta haberla perdido.
Que actitudes, puntos de vista, modos de ver la vida que creíamos tal vez muertos, vegetativos, mutantes, están ahí, latiendo y aguardando un rayo de sol para brotar con fuerza, con su brillo de antaño.
Que extremos tan dispersos y diversos como la lujuria y la pureza; la nobleza y la crueldad; la devoción y la deslealtad, pueden ocupar al mismo tiempo el espacio intersticial entre dos vidas, y ser reales e intangibles, todo a una vez.
Me he cruzado con quien, de una manera tozuda, insistente, irresistible, se ha empeñado en proyectar caminos y edificios, a los que luego inexplicablemente ha renunciado, justo cuando el camino llegaba y la construcción se hacía habitable. Gente que se hace imprescindible, y más tarde impone el olvido a dentelladas.
Encontré quien me llamó su alma gemela, pero en cuanto quise mirarme en su reflejo, caí en la cuenta que me observaba con la nuca, y que siempre había sido así.
He visto el monstruo del ego abriéndose paso como un bacilo gigante y viscoso entre las tripas de gente que poco antes me amaba con ternura. Piedras de pus y sarro quebrando sonrisas que fueron de algodón de azúcar.
En un hermoso rostro, vi abrir horribles surcos el rictus del orgullo y la vanidad acrítica, que también marcaron en su momento mi faz, sin que yo lo supiera. En el horror ajeno, vi retratado el mío.
Pero me he topado también (y esto lo redime todo) con gente que aparentando no prestar atención, estaba pendiente de los cromos de mi voz. Personas que sin máscaras, sin pretensiones ni poses, estaban prestas a tender una mano, un brazo, un codo, un cuerpo y medio.
Es cierto… Las cosas no siempre son lo que aparentan. Pero tampoco son eternamente lo contrario. Cuando algo huele mal, generalmente es porque está mal, y no se compondrá por mucho empeño que uno ponga.
Papel y lápiz en ristre...
Por algo, “viaje” rima con “aprendizaje”.
José
El Aprendiz