Como un guardián vigoroso
del paisaje
yo te encontré en mi camino.
Eras el olmo sagrado:
fascinante
parábola de la vida.
A tu fronda centenaria
y apacible
elevé mi humilde voz.
Y, en tu ramaje imponente,
mis palabras
entrelazadas quedaron.
¡Que mi palabra en tus ramas,
con el viento,
se torne en himno de paz!
¡Que mi voz entre tus hojas
temblorosas
sea un murmullo de esperanza!
¡Que asociada al ulular
de los cierzos
clame contra la injusticia!
Y en el silencio final
de mi muerte,
sea tu llanto una hoja.
Sólo una.