Algunos te llaman “viejo”,
otros te dicen “señor”,
y a ti lo mismo te da;
yo prefiero en el amor
y el respeto que te debo
denominarte: “papá”.
De niño me sostuviste,
me aconsejaste de joven,
pero recién, ya maduro,
creo, te estoy entendiendo.
Se está acercando tu día
y la cuenta estuve haciendo,
recuerdo tus alegrías,
en tus labores las peso
y, agregando en la balanza
tus pesares y “corridas”:
¡siempre saliste perdiendo!
¿Valió la pena tu vida,
en verdad lo que has hecho:
darnos comida, vestido,
educación y un techo
para toda la familia,
a cambio de estar cansado
y alguno que otro beso
que te dimos, descuidados?...
¿será que te ha satisfecho?
La honradez que nos legaste
con tu precioso ejemplo,
que arduamente mantuviste
en renovado intento,
y en tus trabajos honestos
que realizaste sin pausa,
demostrarnos que se puede
andar con la frente alta.
Algunos padres pretenden
a sus hijos por amigos,
y no son pocos aquellos
hijos que quieren lo mismo.
Tú razonas con acierto
porque pretendes lo bueno,
y en esto igual te da;
pero amigos ya tengo
y otros puedo conseguir,
pero padre hay uno solo,
(según razono a mi modo)
y como puedo elegir,
yo de ti sólo pretendo
que seas siempre: ¡mi papá!