Tus luceros iluminaban el camino
eras mi musa, un suave destello
entre la inmensa sombra que adivino.
Tu boca, tallada y deliciosa
emergía de mis recuerdos
y me enloquecía en las noches silenciosas.
Me sigo perdiendo en tus curvas
aquellas que, impúdica
mi cordura de lleno aun perturban.
Tu sufrimiento era mi lamento,
tu alegría, también era mi alegría
y tu ignorancia, era mi mayor tormento.
Me brindaste tu corazón, inmenso y delicado
lo guié, lo asistí, lo protegí;
para que así jamás pudiera ser destrozado.