Tengo una historia que quiero contarte,
que hace algunos años me contó papá,
es sobre sus hijas, o sea, tú y yo...
Como todo hombre que tiene una hija,
la segunda vez anhelaba un niño,
no había entonces las ecografías y, a saber el sexo,
había que esperar hasta el nacimiento...
has de darte cuenta cuánto crecería su estado de nervios.
La noticia heló su entendimiento,
hasta le costaba un poco entenderlo;
y le molestaban esos comentarios símil a consuelos...
aún alguien le dijo: -“Es mejor así, que sea otra nena”,
a lo que él enojado y en clara postura, increpó:
-“Señora, ¿por qué es mejor?... y ella le explicó:
-“Estimado amigo: tal vez usted ignore
lo arto difícil que nos es a las féminas
tener una amiga que sea sincera,
¡es que entre nosotras siempre hay competencia!,
en cambio una hermana... unidas por sangre
y por una crianza... otorga confianza,
y ese es mi caso, yo nunca logré tener una amiga,
pero una tuve, y ¡esa fue mi hermana! Por eso le digo.”
Y, ahora yo, hermana querida de mi alma,
te quiero expresar lo mucho que te amo, y decirte
¡es cierto lo que esa mujer le dijo a papá!
Tú has sido mi amiga, fiel e incondicional;
me has acompañado en las dichas y penas,
y me has consolado y me has apoyado...
a tu lado puedo (sin disimular)
ser yo misma, falible, auténtica, veraz...
y sentir tu amor, ¡tu amor y tu paz!,
y darte las gracias por ser buena amiga,
¡hermana querida!