Estoy condenado a muerte y he decidido vivir, debo aprender a vivir ya que mi fin está cerca, y dedo aprender a enseñar.
Debo aprender del indigente el valor del cartón que le resguarda la cara nocturna.
Debo aprender del cariño de mi madre que no pregunta por qué lo siente.
Debo aprender de la hormiga que trabaja para todas las demás.
Debo aprender de la tierra que da sin esperar.
Debo enseñar a mi jefe que no necesito promesas monetarias para trabajar mejor, sólo requiero sentir que pertenezco y que la faena que juntos desarrollamos es una misión que la vida encomendó.
Debo pasar seis días sin dormir y dos durmiendo seguidos.
Debo tener valor como la madre humilde que explica a su hijo, arrodillada y viéndole a los ojos, que no tiene dinero para comprar.
Debo ser paciente como el niño que le responde secándole las lágrimas, que no preocupe, el pronto tendrá dinero para sacarla pasear y comprarle una casa grande.
Debo aprender a escuchar a la hierba que me reclama cuando la piso.
Debo estar tranquilo como el niño que observa desde la ventana del orfanato.
Debo escribir lo que siento.
Debo escuchar.
Debo hacerlo rápido porque estoy condenado.