He vuelto tantas veces
a la escena del crimen
que me he hecho íntima del cadáver.
Merodeo por allí a menudo.
Con el vestido azul
del polvo de los sábados.
Y las medias a juego con el corazón.
Rotas.
Sucias.
Te pienso,
con la misma intensidad que se pone
en pedir un deseo.
Y te recuerdo hecho poema.
Te pareces al último que te escribí.
Estás tan guapo
que hasta el cadáver
ha abierto los ojos de par en par.
Me acerco a ti. Sin hacer ruido.
No quiero despertar nuestros miedos.
Y te miro.
Te miro con los ojos llenos de anhelo
como quien espera el verano
en pleno Febrero.
Te suplico, en silencio
un poco de oxígeno
que me siento pez en mitad
del mar muerto.
Pero no te encuentro.
Y dime como cojones
se le hecha un polvo al viento.
Mírame, mírame.
Con lo poco que habrías tardado antes
en invitarme a tu cielo
atajando por tu bragueta.
Que pena que hayas huido tanto
que ya no pueda encerrarte
ni en mis poemas.
Con lo infinitamente sexy
que estabas hecho letras.
Así, sin ropa y con futuro.
Me habría ido al norte contigo.
Donde no se saludan con dos besos,
y la siesta es sólo una costumbre
de vagos o andaluces.
Te habría acompañado
a una ciudad sin mar;
sin más sal que la del tequila
que tomemos antes de follarnos el alma.
Y te lo juro,
que habría cambiado
todas mis sudaderas
por una de tus camisetas rotas.
Habría vivido dentro de tus ideales
protagonizando tu preferido.
Pero me he quedado fuera de tu rutina
y tu calendario ya no te habla de mi
ni siquiera cuando hace frío.
No quiero ser tu verano.
Podría conformarme
con un par de días de Enero.
A doscientos besos la hora.
A miles de litros de saliva el minuto.
Vamos a negociarlo.
Mientras te susurro todas las mentiras
que he dicho sobre tu nombre.
Mientras te confieso las pocas copas
que me hacían falta
para pensar en tu boca
mientras besaba cualquier otra.
Las pocas copas que me hacían falta
para jurarte amor eterno.
A ti.
Que no sabías quedarte a dormir.
A ti.
Que eras incapaz de prometerme
dos veces el mismo futuro.
Ojalá pudiese pedirte que vinieras.
Hacerte entender que me caigo
en el vacío de mis propios sueños
desde que me he prohibido soñarte.
Y mi orgullo
que siempre ha sido más alto
que la Torre Eiffel,
lleva meses pensando
como va a hacerte volver.
Al menos a mis escritos.
Porque si no puedo hablar de ti,
tampoco podré hacerlo de mi.
Y eso si que es un puto desastre.