Naúfrago.
Comido por el subsuelo de algún mar desconocido,
cabalga, como barco hundido en mi sangre,
una ciudad
cuyo nombre es la hermosa majestad del hechizo.
Comprendo que todo se fue.
De la manera gris de la aventura,
la luna y su blanco mérito partieron:
tu íntima forma de alegría,
una risa a menudo sombra.
Y no salimos a habitar el aire.
Otra vez las copas se llenaron de enmudecidos labios,
y tu voz quedó en un reino donde las siestas eran preanuncios
de todos los escándalos.
Desnudo,
sabiendo que existe el desamparo al borde de tus párpados,
viéndome a mí mismo transitar las calles
enmarañadas de árboles y casas,
como si sus puertas se hubieran cerrado al unísono
y sólo quedaran copias de lo que fueron...;
desnudo y náufrago,
trato de abrazar la necesidad de una boca
y sus nocturnos ecos.
Y soy un cerrado lecho de arena
donde convergen los reproches
y todos los recuerdos.
Cielo de medianoche: es invierno y todo apresura mi duelo.
G.C.
Direc. Nac. del Derecho de autor.