Mucho se habla del amor, (tal vez demasiado),
todos creemos tener razón, ser sinceros al manifestarnos,
nos guiamos preferentemente por lo que nos ha pasado,
y nuestra opinión sólo es la sangre que mana nuestra herida...
Acaso: ¿nos avalan los fracasos? Dice un refrán:
“Cada uno opina de la fiesta según cómo le fue”,
yo digo que lo mismo es con la vida...
y ¡todos terminamos queriendo ponernos la toga de juez!..
¿Somos todos maestros?, ¿nadie quiere aprender?
En los libros y en los ancianos está la sabiduría,
por ejemplo: ¿Qué dice sobre el amor la Biblia?, ¿la leemos?...
¿Es desinteresado el amor que ofrecemos?
o ¿solamente negociamos nuestros besos... nuestros cuerpos?,
¡a no quejarse luego!... cada uno tiene el amor que consigue,
el que construye, el que mantiene;
el amor no se encuentra, el amor se merece.
El verdadero amor no hace mucho ruido, sabe darse en silencio,
hasta en secreto; convence con lazos de ternura, vence, siempre vence,
con alegría, con fuego y con respeto;
el verdadero amor sabe cuando tomar y cuando abstenerse.
No se puede practicar con las personas como si se tratase de un experimento...
el amor no es un juego y en él se debe poner lo mejor de nos,
la victoria está en la sinceridad del sentimiento,
las emociones pueden ser engañosas; debemos amar con el corazón,
pero también con el cerebro.
Hay un enorme bagaje de historias de amor, mezclado con intereses y celos,
de las que podríamos tomar ejemplos,
pero el verdadero amor no tiene nada de esto.
¡El verdadero amor es tan puro y claro como el mismo cielo!
Si quieres amar, ser amado (o amada) y no fracasar, ¡aprende primero!