Hay un decaimiento en la vida
sucesor de la pena
cuando he terminado de sufrir todo posible.
Yo lo sentí tras mi accidente surgido
a consecuencia de un atropello de coche.
Nuestro padecimiento
ofusca nuestra conciencia
que se trasforma en una neblina
e hiere nuestro corazón.
No valen las lágrimas,
ni la sangre,
ni el dolor de nuestro cuerpo,
ni el llanto de nuestra alma
al terminar el sufrimiento.
Ante la languidez de la vida
al apagarnos como las velas
no sirven la medicina ni la cirugía
sólo las caricias de la divina providencia.