La vida duele y el tiempo mata...
Es patético: amar tanto ¡para terminar en nada!
No te asustes mujer, no te haré daño,
tú me hiciste sufrir muy poca cosa...
(aunque esto te parezca extraño),
fuiste apenas una espina entre mil rosas...
Tú me diste a vivir eternas noches
de placer que exacerbaba nuestros cuerpos,
besos que son eternos...
(porque aún me deleito en ellos).
Tú acariciaste uno a uno los más recónditos
lugares secretos, descubriéndome en silencio
los huracanes y volcanes que escondía dentro,
haciendo eclosionar ¡un amor espléndido!
Las lunas desaparecían todas,
(la verdadera y las de los cuentos),
tú me enseñabas a cambiar las cosas,
corrigiéndoles sus lugares y sus tiempos...
así que la noche no era más la noche,
sino el amor viniendo a nuestro encuentro.
Construimos con sirenas de ambulancias,
angelicales cánticos de ensueños,
y los grillos y ranas con sus arcos
sinfonías en las cuerdas del viento...
Tú les quitaste los nombres a mis miedos,
y por tu causa me volví más hombre...
porque te perdoné cuando me abandonaste...
y no te maldije... ni te acosé con ruegos.
Fue grande el dolor, ¡reconozco eso!,
pero ya el dolor no me causa asombro,
tal vez la espina se clavó muy hondo,
¡pero no tanto como se clavaron tus besos!
A veces la vida es tan sólo un momento,
luego pasamos recordándolo, impotentes,
¡el resto que nos queda de tiempo!...