La noche nos entrega en las manos
otro tiempo, otro tipo de minutos
y horas que no son las mismas del
resto del día. Es así porque el sueño
rige la noche y el tiempo de los sueños
es otro que no se mide en años ni días.
En la muerte, ciertamente, existe un tiempo
desprovisto de tiempo y de esa idea que un dios
ha prefigurado, malignamente,
para nuestros días. La muerte es una vida deshabitada, sin
tiempo ni añoranzas o promesas. Y esta noche
es, como todas, la sombra de esa puerta
donde dejaremos atrás nuestro nombre y cada cosa:
las letras de cada biblioteca, el deseo de vivir en la llanura
algún día, la opinión errónea de nosotros mismos sobre
lo que no somos y lo que en verdad fuimos, los dones nunca
puestos en marcha, las postales que vimos pasar cobardemente
de cada vida incumplida y que pudimos haber amado. Tras esa
puerta, cuya sombra es todas las noches, dejaremos intacta
nuestra valentía que hubiera sido espada libertadora,
dejaremos los ponientes y el tigre de Borges, los
recuerdos que el tiempo ha vuelto mentirosos,
la idea del amor que es indefinible en este y en todos
los mundos. De manera que es
por las noches cuando más te siento conmigo,
cuando más creo ver tu rostro y tus ojos cerrados.