Era, era un marinero
libre como el viento.
Vivía orgulloso
de sus travesías.
Nunca una promesa de amor,
jamas un regreso,
menos un ancla,
ni una esperanza
bienhechora.
Nunca se detuvo a mirar
a lo lejos una lágrima
en los ojos de sus enamoradas.
Desperdicio en los caminos
la hoja caída, las venas abiertas,
el beso salvador,
la caricia que redime.
Pasaron los años
y cuando intento llenar
los bordes de sus playas
con los besos de unos labios
tuvo que vivir
del recuerdo de lo abandonado,
bebiendo el vino de la amargura,
con el ancla de sus deseos
oxidada en el mar
de las indecisiones.