La vana esperanza sostienes en tu mano
(como un fuego) de ser el recuerdo
en sus pensamientos esta noche (esa es tu ilusión.)
Sentirá ella el cariñoso filo de tu nombre
entre sus labios. Y una afortunada nube
traerá hacia sus distantes ojos el recuerdo
que te nombra turbiamente. A causa, quizás, por una
gris calle donde fueron tú y ella de la mano
en una tarde sin fecha. O quizás el motivo de que
ella te recuerde sea un color, un reflejo, un endecasílabo,
la tristeza de los días.
Esa esperanza no es cobarde, aunque parezca,
que ella recuerde por un casual descuido
un tiempo (ahora unido a los sueños) donde fue feliz
o creyó serlo (que es lo mismo) a tu lado. No recordará,
como quisieras, ese verso que le diste inspirado en el
romancero de un idioma lejano, ni recordará tu ternura
bajo tus ojos. Rememorará en cambio algo simple,
una expresión que tú no tienes, tu gusto por Borges,
la invitación a cenar que culminó en afrenta, y será
tu recuerdo interrumpido por una urgencia rutinaria
sin que ella lograra extrañarte. Mientras tú caminas
temerariamente con su recuerdo que es una espada
hundida en el pulso y el aliento de cada noche
y cada madrugada.