¡Alma simple...! no pudiste engalanarte
con las poesías de Homero o la filosofía de Sartre.
¡Macatero[1]...! trabajador y gitano, ¡todo un aventurero!
sin paredes y sin techo, sólo paisajes y cielo...
¡Frutero... Verdulero...! que tus manos se curtieron
y la piel se te hizo cuero, ¡Manzanas, peras, bananas!,
sin canto ni melodía, tu voz sólo grita precios.
Diarios, veladores, ceniceros, lápices y cuadernos,
mates, bombillas, espejos, accesorios de automóviles,
para vender: ¡todo es bueno!... ¡qué no llueva!,
¡qué no llueva! es el permanente ruego, y si llueve;
¡los paraguas te oirá pregonar el pueblo!
No tuviste, como otros, mejor oportunidad,
poca escuela, menos colegio y ni siquiera
en los sueños pensaste en la facultad.
Trabajador de la calle, te llueve el sol, las palomas,
las hojas secas de otoño; y los salvajes aromas
se mezclan, de las ciudades, con el gas, los azahares
y en tu faz, como regalo, envueltos
y con gran moño te revelan sus verdades.
Trabajador de la calle, sicólogo sin diploma,
gran actor, cuyo escenario no son las tablas de un teatro;
soldado de ningún ejército, batallas por el pan diario...
Alma simple, no pudiste engalanarte con rimas, ciencia
y tu pobre artesanía ¡“Made in Hong Kong” tiene escrita!
Trabajador de la calle: ven, acércate a mi auto,
regálame tu sonrisa, y véndeme cualquier cosa
para llevar a mi esposa, a los chicos o comerla,
o ¡límpiame el parabrisas!, que hoy me pagaron el sueldo
¡y quiero darte dinero!
[1] En Paraguay dícese del vendedor ambulante.