Nacen de ti los versos sin cesura,
inmersos en cotejos y metáfora,
y el dulzor de tus labios es anáfora
-sin elipsis creada en mi figura-
en cada encuentro donde domina, incesante
anhelo de sentir en mi piel húmeda
(como muere la lluvia en seca greda),
el rocío que cae de la tuya, campante.
Tus manos son los versos que golpean
(como alas que acarician mi semblante)
y la brisa las mueve, y aleja de mi boca,
haciéndolas pastor en tierra dante
(como almirante en barcas que bracean),
con montañas calladas que la caricia invoca.
Tu voz -en el silencio que se rompe
con el canto de un pájaro sin tono,
que viste de color si presagia tu presencia-,
son notas que en mi pulso las menciono,
cadencia que al sosiego lo corrompe,
arpegio en mi vientre, en la pauta de impaciencia.
Tiemblan tus versos entre mi poesía
e inspiran frenesí sin sobriedad:
seré lluvia y viento, balandra en tu oleaje,
y me adivino fondo de ansiedad
y me adivino pozo de ambrosía
aferrándome a ti, a la piel de mi mejor traje.