Alejandra, de piernas azules.
Te has ido.
Vagaste en mi tristeza,
cubriste con tus lilas
la palabra que habita
en el regazo de la ausencia.
Mis letras son dos girasoles
en el féretro de tu alma.
Quise alcanzarte
pero la vida es una sábana
que cubre el sueño
y hace de tu voz,
apenas una historia de viaje.
Mi Alejandra amada,
por ti quise explorar mi infancia
y la encontré con muñecas de mimbre
pequeños hombres de hojalata
y una cama que se hacía lámpara
en medio del dolor.
Que la locura es un espejo
en la amnesia del otro.
Eso fuiste mi Alejandra,
la memoria de una crónica
escrita con erratas
para mantener la fe
y descubrir en el anonimato
la anacronía del albedrío.
Soplas como viento
cuando todos se han ido.
Y se quedan los que no eligen
hacer de tu rostro
un camino.
Mi Alejandra,
te rezo con mis pasos
pero Dios me sostiene
el miedo
desde los brazos del
milagro
uno con eco de hombre
y al que le digo amor.
Mi eterna Alejandra
duerme un instante
deja que tu sierva
llore, se habite en el vacío
pero siga soñando
lejos de tu vientre.
Hogar del doliente, elegido.