Había surgido cierta incomodidad
al saber que eran las diez y diez
y no llegaba.
Se sabía que llegaría tarde
pues esa era su especialidad
y su mejor talento.
Pero era extraño,
ella siempre llegaba temprano a
aquellos encuentros,
hacía mucho que él no la veía
así que no vaciló en comprar algunas flores
y en reposar en aquel banquillo de la plazuela.
A lo mejor de un pequeño contratiempo
le había surgido una parada inesperada
no era cosa de qué preocuparse
mientras el reloj marcaba las diez con treinta.
Al día siguiente se conoció de alguien
que había despertado de un coma inducido.
Lo sorprendente no había sido el desenlace
sino la rapidez con la que salió del hospital.
Se pudo escuchar a lo lejos
mientras marcaba una milla entre los pasillos
un profundo agradecimiento por los cuidados
y que su novio, el fallecido el día anterior,
probablemente esperaba que Michelle
— por primera vez—llegara puntual a las diez.
Algunos médicos carcajeaban,
otros afirmaban que su estado mental estaba alterado,
pero yo, que había escrito esta historia,
sabía que Michelle había llegado puntual a la cita
aunque en tiempos diferentes, ella pudo disfrutar de unas flores
y de la mejor compañía en aquella plaza:
(el goce de existir de nuevo
y el recuerdo de un novio maravilloso).