El día en que yo me muera,
igual trinarán los pájaros
y, si fuera primavera,
florecerán los capullos
de las rosas y azucenas...
no será un día distinto,
igual girará la tierra.
No se arriarán las banderas
a media asta...
ni cerrarán los negocios
sus puertas...
el día en que yo me muera
será otro día más,
¡un día como cualquiera!
Lo sabrán sólo los ángeles...
y los miembros de mi iglesia.
No habrá luto en las escuelas
ni soldados en sus galas
ejecutarán las salvas,
no se oirán largos discursos
en cámaras o recoletas,
no es que muera un general,
conductor de una matanza,
¡ejecutor de una guerra!,
es mi destino histórico:
¡fue siempre así con poetas!
Pasarán algunos años,
las denuncias...
de los hechos, en mis versos,
deberán volverse viejas,
¡que no molesten a nadie!,
¡que sólo sean recuerdos!
Y entonces sucederá,
que en los pianos y guitarras
explotarán melodías
para acompañar las rimas
que gritarán las gargantas...
(por más que quieran cantarlas,
mi obra es sólo eso:
¡fuerte grito de esperanza!)
Pero el día en que me muera
trinarán igual los pájaros,
igual se harán las labranzas,
igual girará la tierra...
Tal vez... cien años después,
en la ciudad en que nací
o en alguna en que viví,
y en cualquier plazoleta,
asegurada con clavos,
mi nombre, en una plaqueta,
tendrá, abajo, la fecha
de ese día en que fuera
que dejé de encadenar
palabras, rimas y métrica...
¡Ah!... si no tienen para clavos,
pueden usar los que ahora
me ponen todos los días,
esos mismos que idolatran
¡a los antiguos poetas!
Y... los que en verdad me quieran,
los que me han amado,
ese día, es mi pedido:
¡canten, bailen... y hagan fiesta!