In memoriam
Pasa el tiempo,
inexorable,
horadando nuestras vidas con su goteo de días,
haciéndonos más viejos y débiles,
fatigándonos,
combando nuestros huesos por el peso de los años,
llagando nuestra memoria de recuerdos,
algunos alegres,
otros más tristes,
porque recordar es dolerse,
escarbar en las heridas del pasado.
Y recordamos que una vez fuimos niños.
Qué lejos quedan los campos vírgenes de la inocencia,
cuando la vida era un juego
y la vista se perdía en el horizonte
con su paleta de colores ocres y rojos,
tan nítidos, tan ubérrimos.
La noche era entonces una prolongación del día,
no una interrupción,
como ahora.
La luz se apagaba para volver a encenderse.
Y soñar no dolía,
porque no teníamos experiencia,
ni mala ni buena.
Despertar,
abrir los ojos al nuevo día,
contemplar los milagros de la creación
como si fueran una obra divina,
sentir la respiración de la Naturaleza
y el lenguaje mudo de la tierra
era entonces todo lo que necesitábamos
para ser felices.
Pero no se puede volver a vivir lo vivido.
Es irrepetible.
Pasa el tiempo,
y todo sigue en movimiento,
la vida se mueve,
incluso la hierba crece imperceptiblemente,
sin que lo notemos,
lentamente.
Nada se detiene en este universo,
sólo lo que muere,
e incluso lo que muere
sirve para que algo crezca.
Pasa el tiempo,
y parece que nunca exististe,
pero exististe.
Pasa el tiempo,
y parece que nunca ocurrió,
pero ocurrió.
Exististe y ocurrió que nos amamos.
Y eso no lo borrará el tiempo.
© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.