Tiernamente despertaba la voz, de un sueño entre sueños que apenas controlaba su ya escaso silencio. Poco a poco empezaba a crecer esa sombría sensación de grandeza, de omnipresencia y de omnipotencia. “Yo soy piedad y soberbia” se oyó, entorno los ojos y una ráfaga de luz lo cegó temporalmente. Volvió a su punto de partida, empezó a hallarse preso otra vez; meditaba entre sombras. “Abre tu corazón” se oyó, apenas pudo moverse. La noche se colaba por la ventana, y una despiadada luna de invierno lo espiaba todo. De la quietud pasó al espasmo, y la luna parecía decirle: “Ve, mírate tierno reyezuelo sin reino, levántate que no es bueno dormirse entre lucideces de sombras.”
Y entonces empezó a moverse, se acercó a la ventana y la cerró. Y la voz le dijo: “Tierno corazón, no le hagas caso, nadie sabe más que uno mismo, la luz de tu verdad se deposita en la quietud de tu corazón y en la sensatez de tu conciencia.” Luego de un par de horas de meditada quietud salió de su encierro, y grito: SOY LIBERTAD POR ESO ABRO MI CORAZÓN, NINGUN MIEDO ME ATA PARA CONQUISTAR EL DESTINO QUE ME MEREZCO. Dicho eso, abrió la puerta de su habitación y partió sin rumbo conocido.
He ahí la fuerza indómita de un aventurero; porque al final de cuentas, qué es la vida si no, una desafiante aventura.