Le adivino a la ventana
el perfume del saludo,
cifrado en un gesto mudo
que hace locuaz la mañana.
Me esfuerzo, cosa tan vana,
en eternizar la calle.
Imposible que se acalle
lo cierto de tus zafiros;
te sujeto entre suspiros,
con la vista, por el talle.
Sueño acercarme a tu piel
sin los lazos de las prisas,
cuando adornas con sonrisas
mi alborear de oropel.
Temo que parezca infiel
la premura cotidiana.
Y cuando se hace lejana
la certeza del intento,
enamorado, en el viento,
te adivino en la ventana.