Uno,
dos,
tres,
y así hasta cincuenta.
Cincuenta máquinas volantes
cruzan mi pueblo perdido
en medio de la montaña.
Sus humos negros
inundan el cielo
como una lluvia
triste y gris.
Las cuento a ellas
tirado en la escarcha
una tarde de enero
en el sur italiano.
Se mezclan con las nubes
de blanca inocencia
que desaparecen
entre sueños y dolor.